01 abr. La incertidumbre: nuestra nueva zona de confort
01 ABR 2020 · Autor: Albert Gibert
Me encanta esa representación de la incertidumbre que evoca la sensación de estar pilotando una nave espacial en medio de un campo de asteroides. Y me encanta sobretodo porque ilustra tanto la manera de poder convivir con ella como también la de aprender de ella. Está claro que el próximo asteroide que nos crucemos será distinto del que tenemos ahora delante en nuestras narices, pero el hecho de irlos esquivando puede permitirnos desarrollar los reflejos y habilidades necesarias para convivir con esa circunstancia. Y eso sólo es posible manteniendo la atención plena en el asteroide que tenemos justo frente a nosotros.
La primera pregunta que nos asalta cuando pensamos en la incertidumbre es ¿cómo voy a eliminarla de mi vida? La realidad es que no podemos anularla, debemos aceptarla y aprender de ella.
Igual que nuestros cuerpos no serían capaces de desarrollar nuestro sistema inmunológico si no estuvieran en contacto con gérmenes potencialmente dañinos que nos permiten aprender a desarrollar después los anticuerpos necesarios.
Para adaptarnos mejor al entorno es necesario estar menos encorsetados por factores internos (juicios, límites,…) y externos (normas y reglas). De esta manera podremos ir desarrollando habilidades y fortalezas. ¿Cómo se aprende a nadar? Pues nadando. No sirve de mucho un marco teórico. Es necesario lanzarse al agua. Nunca aprenderemos a nadar en tierra firme. Allí sólo tendremos la certeza de que no nos mojaremos.
Para manejarse bien con la incertidumbre es preciso aprender a convivir con el error y aprender de él. De esta manera desarrollaremos la antifragilidad de la que habla Nassim Nicholas Taleb que consiste en la capacidad de mejorar ante situaciones adversas. Y hablo de mejorar, no de mostrar nuestra capacidad de resistencia o nuestra robustez y de salir indemnes de cualquier circunstancia. Se trata justamente de poder salir reforzados de esas situaciones, en ocasiones contrarias a nuestras voluntades.
Está claro que esto no es nada fácil. Si nos fijamos en nuestro alrededor nos veremos rodeados de una especie de efecto ilusorio que nos intenta convencer de que lo incierto y lo aleatorio son peligrosos y de que hay que eliminarlos, cuando en realidad la aleatoriedad y la incertidumbre generan antifragilidad ya que permiten la adaptación continua al entorno aprendiendo de él.
Hay que perder el miedo a equivocarnos, porque evitar pequeños errores hace que los grandes sean aún mayores. Es mejor adaptarse a pequeñas oscilaciones o errores, y aprender de ellos, que buscar la perfección y encontrarse con un gran error al que no somos capaces de enfrentarnos.
El otro día a una maestra de niños de 3 años afirmaba en un programa de radio que es bastante frecuente que un niño caiga al suelo durante el recreo y se quede inmóvil en el suelo esperando que alguien vaya a levantarlo, sin hacer ningún esfuerzo por incorporarse por sí mismo. Según comentaba la maestra, este hecho se debe a un exceso de protección familiar en la etapa pre-escolar del niño. De la misma manera, nuestro propio exceso de autoprotección no nos ayudará a desarrollarnos y menos aún en un entorno en cambio constante.
Este efecto ilusorio puede llevarnos fácilmente a la inacción y a vivir en una supuesta zona de confort que en realidad no existe. Taleb pone el ejemplo del pavo al que dan de comer durante meses. Él, feliz y tranquilo, vive en su mundo de ilusión pensando que ese bienestar le va a durar toda la vida. Y ahí vive acomodado en su hipotético nivel de certidumbre hasta que llega el día de Acción de Gracias en que, inesperadamente según su lógica ilusoria, es sacrificado y cocinado en el horno.
En el otro extremo, la ansiedad que puede generarnos la incertidumbre mal asimilada y gestionada nos puede llevar a la impulsividad y a realizar intervenciones iatrogénicas que provoquen o aceleren situaciones desfavorables por la simple necesidad de hacer algo en cualquier dirección.
Así pues hay que fijar la atención en el momento presente y concentrar nuestra energía en nuestras acciones vigentes. Se trata de hacer como si estuviéramos surfeando en el mar con la atención plenamente depositada en cada ola. Surfear conlleva aceptar la invitación de cada ola a bailar con ella, a aprender de ella y, por supuesto, a disfrutar de ella. Gestionar del mismo modo nuestras circunstancias nos permitirá convivir con la incertidumbre convirtiéndola en nuestra nueva zona de confort donde podamos crecer y desarrollarnos sin miedos.