15 febr. ¿Qué mostramos cuando hacemos lo que hacemos? El tránsito del sentido a la acción
15 FEB 2020 · Autor: Albert Gibert
Hace unos días regresaba a casa por la noche después de impartir una sesión de formación. Era tarde y estaba cansado y decidí tomar un taxi para ganar tiempo y llegar antes a mi casa para poder descansar. Después de darle las indicaciones al taxista me puse a consultar mi correo electrónico ya que había estado desconectado desde mediodía. Cuando hacía sólo unos segundos que estaba en ello, el taxista me dijo “Disculpe, ¿le molesta esta música de fondo? ¿Prefiere estar en silencio?” Por un momento busqué su mirada a través del retrovisor interior del vehículo para ver si realmente había escuchado esas palabras o eran fruto de mi imaginación influida por el cansancio acumulado. Cuando nuestros ojos estuvieron en contacto le agradecí su interés y le dije que estaba bien así. Era la verdad. Al cabo de unos instantes se disculpó por interrumpirme de nuevo para preguntarme si me sentía cómodo con la temperatura en el interior del vehículo. Nuevamente le agradecí su interés en mi confort. Ante tales atenciones decidí expresarle mi sorpresa y agradecimiento por atenderme tan bien. Lo que me dijo a continuación me dejó helado. “Mi hijo pequeño dice que su padre no es un taxista, dice que su padre se dedica a ayudar a la gente. Dice que ayuda a personas mayores a subir a su casa en lugar de dejarles en el portal del edificio donde viven, que ayuda a las personas a llegar a tiempo a reuniones importantes, a que puedan trabajar tranquilos mientras se desplazan de un lugar a otro…”. Y aunque la conversación que siguió a continuación resultó ser de gran interés, voy a centrarme en este último comentario.
Efectivamente, alguien que se interesa en saber si en su taxi los clientes están cómodos, alguien que se esfuerza por empatizar con ellos, es alguien que demuestra con sus acciones un nivel de esfuerzo, de compromiso y de motivación muy potentes. Si comparo a este profesional con otro de su mismo sector, podré ver y encontrar algunas, o muchas, diferencias en sus maneras de hacer, en sus acciones.
De igual manera, podemos fijarnos todos los días en un gran número de personas que nos rodean. Podemos fijarnos en cómo hacen lo que hacen.
Todo lo que nos llega de los demás nos llega a través de la acción. De esta manera, podremos ver si esa persona que tenemos delante está o no comprometida con su desempeño o simplemente está ahí como podría estar en cualquier otro sitio haciendo cualquier otra cosa, y veremos también si se esfuerza o no lo hace a través de sus acciones.
Para poder llegar al compromiso y al esfuerzo previamente necesitamos estar auto-motivados y eso sólo lo vamos a conseguir desde una clara convicción de lo que hacemos y desde un potente deseo por eso que hacemos. Nadie tiene el don de motivar a alguien más que a sí mismo. Por esto dejo claro que la responsabilidad principal de nuestra motivación sólo reside en nosotros mismos.
Y los cimientos que soportarían toda esta torre, cuya parte más alta y visible la ocuparía la acción, corresponden al sentido: al “para qué” hacemos lo que hacemos.
El tener o no tener claro esto determinará el desempeño (“cómo”) de lo que hacemos (“qué”). El sentido debería ser siempre el potente motor de nuestras acciones. En el caso del taxista, su sentido es ayudar a las personas y la forma en que hoy lo hace es ejerciendo su rol de taxista empatizando al máximo con las necesidades de sus clientes.
Antoine de Saint-Exupéry, el célebre autor de El Principito, escribió en uno de sus relatos: “Si quieres construir un barco, no empieces por buscar madera, cortar tablas o distribuir el trabajo. Evoca primero en los hombres y mujeres el anhelo del mar libre y ancho”. Quizás de una manera más trascendente esta cita atribuida a Mark Twain también nos muestra el peso que debe tener el sentido en nuestras acciones: “Los dos días más importantes en la vida de una persona son el día que nace y el día que descubre para qué nació”.
Lo realmente importante de esto no es que nos sirve para ver y fijarnos en cómo actúan los demás ante nuestros ojos, sino que debería servirnos como toque de atención para ver que, de igual manera, también nuestras acciones llegan a los demás mostrando nuestro nivel de esfuerzo, nuestro compromiso y nuestra capacidad para motivarnos a partir de nuestro nivel de convicción y de nuestro deseo respecto a nuestras acciones.
Está claro que esto no sólo es válido al hablar del entorno profesional. También sirve para nuestro ámbito personal. Y aunque algunas veces las circunstancias que nos rodean a todos no sean ni fáciles ni las más oportunas o agradables somos nosotros los que tenemos la capacidad de decidir qué vamos a hacer con tales circunstancias y cómo vamos a interactuar con lo que nos venga dado.